La confusión, el sentirse desconcertado e incluso a veces desalentado y perturbado, no significa necesariamente resistencia a las directrices del Ajustador interior. La ignorancia por sí sola nunca puede impedir la supervivencia, así como tampoco las dudas confusas o la incertidumbre temerosa. [1] La confusión aparece tanto antes del crecimiento como antes de la destrucción. [2]
Muchas religiones nuevas y extraños «ismos» han nacido como consecuencia de las comunicaciones abortadas, imperfectas, mal comprendidas y confusas de los Ajustadores del Pensamiento. [3]
Jesús permitió que la confusión alcanzara su máxima intensidad de expresión para mostrar que sostener opiniones con mucho ahínco obstaculiza nuestra capacidad para captar plenamente la gran verdad. [4]
Juan el Bautista tenía todavía ideas confusas sobre el reino venidero y su rey. Cuanto más predicaba, más confuso se sentía. A veces lo ponía todo en tela de juicio, pero no por mucho tiempo. [5] Los mortales de hoy en día experimentarían menos esta guerra aparente entre la carne y el espíritu si quisieran entrar en el reino del espíritu. [6]
Una parte, una gran parte de las dificultades que tienen los mortales de Urantia para comprender a Dios se debe a las consecuencias trascendentales de la rebelión de Lucifer y de la traición de Caligastia. En los mundos no aislados por el pecado sufren menos confusión. [7] Muchas cosas que parecen inconexas y fortuitas para la mente mortal, aparecen ordenadas y constructivas para mi comprensión. [8] En el Paraíso los directores de la conducta siempre enseñan a evitar la confusión. La confusión nunca aparece en el Paraíso. [9] Las perplejidades religiosas son inevitables; no puede existir ningún crecimiento sin conflicto psíquico y sin agitación espiritual. [10]
No debemos inquietarnos por el miedo al fracaso o por las confusiones que causan perplejidad porque en todas las horas sombrías, en todas las encrucijadas de la lucha por el progreso, el Espíritu de la Verdad siempre mostrará el camino. [11]