El segundo Isaías proclamó que el hombre estaba estrechamente relacionado con Dios, diciendo: «Todos aquellos que son llamados por mi nombre, los he creado para mi gloria, y ellos proclamarán mi alabanza. Yo, soy yo el que borra sus trasgresiones por mi propia satisfacción, y no me acordaré de sus pecados». [1] Jesús no buscó su propia gloria sino la gloria de Dios. [2] Algunos tienen la tentación de amar más la gloria de los hombres que la gloria de Dios. [3]
Dijo Jesús: «Si algún hombre desea realmente hacer la voluntad de mi Padre, sabrá con certeza si mi enseñanza viene de Dios o si hablo por mi mismo. El que habla por sí mismo busca su propia gloria, pero cuando proclamo las palabras del Padre, busco así la gloria de aquél que me ha enviado. En vuestra vida diaria, no busquéis vuestra propia glorificación, sino la gloria de Dios.». [4]