Las maldiciones primitivas eran una práctica coercitiva destinada a intimidar a los espíritus menores. [1] Los juramentos al principio consistían en pronunciar una maldición sobre sí mismo. [2] La costumbre de decir palabrotas, la blasfemia, representa una prostitución de la antigua repetición ritual de los nombres sagrados. [3] Pedro negó totalmente conocer a Jesús con muchas maldiciones y juramentos. [4]
El hombre moderno ya no intenta coaccionar abiertamente a los espíritus, aunque todavía manifiesta cierta predisposición a negociar con la Deidad. Y continúa blasfemando, tocando madera, cruzando los dedos y diciendo una frase trivial después de una expectoración; en otro tiempo era una fórmula mágica. [5]
Véase también: LU 150:3.12.