Una desesperación sin nombre es la única recompensa que recibe el hombre por vivir y trabajar sin descanso bajo el sol temporal de la existencia mortal. [1]
Las palabras de Jesús a Fortunato, el joven abatido, fueron: «Amigo mío, ¡levántate!. ¡Ponte de pie como un hombre!. Tu mente debería ser tu valiente aliada en la resolución de los problemas de tu vida, en lugar de ser tú, como lo has sido, su abyecto esclavo atemorizado y el siervo de la depresión y de la derrota». [2]