La adoración al emperador, esa deificación del hombre como símbolo del Estado, indignaba profundamente a los judíos y a los primeros cristianos, y condujo directamente a las amargas persecuciones de las dos iglesias por parte del gobierno romano. [1]
Las «religiones nacionales» no son más que una reversión a la adoración primitiva romana de los emperadores, y al sintoísmo —la adoración del Estado en la familia imperial. [2] Pilatos trató de recuperar su prestigio perdido colocando los escudos del emperador, como los que se empleaban generalmente para adorar al César. [3]