Abraham, a pesar de ser un hombre valeroso, exhibió cobardía tres veces. [1] Jesús enseñó que la prudencia y la discreción, llevadas demasiado lejos, conducen a la cobardía y al fracaso. [2]
Las últimas palabras con las que Jesús concluyó el más importante sermón en la sinagoga de Cafarnaúm fueron: «El odio es la sombra del miedo, y la venganza, la máscara de la cobardía». [3]
Las personas moralmente cobardes nunca consiguen unos niveles elevados de pensamiento filosófico; hace falta valor para meterse en nuevos niveles de experiencia e intentar explorar los terrenos desconocidos de la vida intelectual. [4]
Judas no se daba cuenta de ello, pero era un cobarde. En consecuencia, siempre tenía la tendencia de atribuir a la cobardía de Jesús los móviles que le llevaron con tanta frecuencia a no coger el poder o la gloria cuando estaban en apariencia fácilmente a su alcance. [5]
Hay que conceded nuestra simpatía a los valientes y a los intrépidos, sin ofrecer un exceso de compasión a aquellas almas cobardes que se limitan a levantarse sin entusiasmo ante las pruebas de la vida. [6]