Jesús siempre estaba alegre, a pesar de que a veces bebió profundamente en la copa de las tristezas humanas. Se enfrentó con intrepidez a las realidades de la existencia, y sin embargo estaba lleno de entusiasmo por el evangelio del reino. [1] Jesús señaló que un exceso de compasión y de piedad puede degenerar en una grave inestabilidad emocional; que el entusiasmo puede llevar al fanatismo. [2]
Al acoger a Simón como su segundo apóstol, Jesús le dijo: «Simón, tu entusiasmo es loable, pero peligroso para el trabajo del reino. Te recomiendo que seas más cuidadoso con tus palabras. Desearía cambiar tu nombre por el de Pedro». [3] Los apóstoles debían estar dominados por un ardor y un entusiasmo inteligente. [4]
Ganid, el alumno hindú de Jesús, citó en cierta ocasión un proverbio hebreo, cuyas palabras de sabiduría decían: «Cualquier cosa que tu mano tenga que hacer, hazla con todas tus fuerzas». [5]
El fervor sin amor siempre es perjudicial para la religión, mientras que la persecución desvía las actividades de la religión hacia la realización de alguna campaña sociológica o teológica. [6]
El entusiasmo religioso con el que se propagan a veces reformas sociales tiene la gran debilidad de que es incapaz de sacar provecho de una crítica religiosa abierta y de alcanzar, por medio de ella, unos niveles beneficiosos de autocorrección. [7]