Jesús dijo en su sermón memorable: «El odio es la sombra del miedo, y la venganza, la máscara de la cobardía». [1]
Los odios raciales se deben en buena parte a la ausencia de ideales en los líderes de las naciones. Estos dirigentes tienen una superabundancia de ideas, pero carecen de ideales. [2]
La violencia es la ley de la naturaleza, la hostilidad es la reacción automática de los hijos de la naturaleza, mientras que la guerra no es más que estas mismas actividades pero realizadas de manera colectiva. [3] El autoengaño conduce a temores tontos, deseos de todo tipo, placeres esclavizantes, malicia, envidia e incluso en un odio vengativo. [4]
Una imaginación creativa no produce resultados valiosos inhibida por los prejuicios, el odio, los miedos, los resentimientos, la venganza y los fanatismos. [5] Judas era dado a entregarse al odio y a la desconfianza. [6] Nada puede conmover el corazón insensible de aquellos que son víctimas de un intenso odio emocional y esclavos de los prejuicios religiosos. [7] El que alimenta el odio en su corazón y planea la venganza en su mente, corre el peligro de ser juzgado. [8]
Jesús dijo: «No os desaniméis por la enemistad del mundo. Si el mundo os odia, recordad que me ha odiado antes que a vosotros». [9] No demos a las autoridades ocasión para que se ofendan con nuestra actitud. [10] Es posible que los hombres nos odien por causa de Jesús, pero incluso durante estas persecuciones, él no nos abandonará; su espíritu no nos dejará. [11] El Espíritu de la Verdad otorga poder para desafiar los males del odio y de la ira mediante los actos intrépidos del amor y la indulgencia. [12] La cima del deber es vencer al odio por la benevolencia y el amor. [13]
Cuando las mareas de la adversidad, el egoísmo, la crueldad, el odio, la maldad y los celos humanos sacuden nuestra alma, podemos tener la seguridad de que existe un bastión interior, la ciudadela del espíritu, que es absolutamente inatacable; al menos esto es cierto para todo el que ha confiado la custodia de su alma al espíritu interior del Dios eterno. [14]