Mientras los apóstoles bautizaban a los creyentes, Jesús habló con los que permanecían. Un joven le pidió a Jesús que interviniera en una disputa sobre una herencia con su hermano. Jesús aprovechó esta oportunidad para enseñar sobre los peligros de la codicia y la importancia de la riqueza espiritual. Contó la parábola de un hombre rico que acumuló riquezas terrenales pero descuidó su vida espiritual, solo para perderlo todo cuando murió repentinamente. Jesús enfatizó que la riqueza en sí misma no es un pecado, pero el amor a la riqueza puede cegar a uno ante las realidades espirituales. Concluyó afirmando que la riqueza debe ser utilizada de manera responsable y generosa, y que el verdadero tesoro de uno debe estar en el cielo. [1]