Cuando reconocer nuestras dificultades implica reducir nuestra vanidad largamente acariciada, admitir que somos envidiosos, o abandonar unos prejuicios profundamente arraigados, la persona de tipo medio prefiere aferrarse a sus viejas ilusiones de seguridad y a sus falsas sensaciones de estabilidad largo tiempo cultivadas. [1] La envidia es una característica humana profundamente arraigada; por eso los hombres primitivos la atribuyeron a sus dioses iniciales. [2] Sólo una conciencia moral puede condenar los males de la envidia nacional y de los celos raciales. [3] Jesús consoló en Éfeso a un joven fenicio que sentía envidia de un joven a quien ascendido por encima de él. [4]
Jesús insistió en mantenerse libre de codicia: «Tened cuidado y guardaos de la codicia; la vida de un hombre no consiste en la abundancia de los bienes que pueda poseer». [5]
Muchos peregrinos de Havona contemplan retrospectivamente la larguísima lucha con una envidia gozosa, casi deseando poder comenzar la ascensión de nuevo. [6]
El hombre es capaz de trascender las irritaciones materiales de los niveles inferiores de pensamiento —las preocupaciones, los celos, la envidia, la venganza y el orgullo de la personalidad inmadura. [7]
Todos los venenos físicos retrasan considerablemente los esfuerzos del Ajustador por elevar la mente material, mientras que los venenos mentales del miedo, la cólera, la envidia, los celos, la desconfianza y la intolerancia obstaculizan también enormemente el progreso espiritual del alma evolutiva. [8] Las almas interiores de los fariseos estaban llena de presunción, de codicia, de extorsión y de todo tipo de maldad espiritual. [9] El miedo, la envidia y la vanidad sólo se pueden impedir mediante el contacto íntimo con otras mentes. [10]
‘Hay quien se hace rico gracias a su precaución y a muchas privaciones, y ésta es la parte de su recompensa, puesto que dice: He encontrado el descanso y ahora podré comer continuamente mis bienes, pero sin embargo no sabe lo que el tiempo le traerá, y que también deberá abandonar todas esas cosas a otros cuando muera’. [11]