Las personas religiosas parecen vivir eficazmente liberadas del acoso de la prisa y de la tensión dolorosa de las vicisitudes inherentes a las corrientes transitorias del tiempo; manifiestan una estabilidad en su personalidad y una tranquilidad de carácter que las leyes de la fisiología, la psicología y la sociología no pueden explicar. [1]
Jesús nunca tenía prisa; su serenidad era sublime. Juan era un obrero ardiente y severo, mientras que Jesús era un trabajador tranquilo y feliz; en toda su vida, sólo unas pocas veces se le vio apresurarse. [2]
Uno de los grandes problemas de la vida moderna es que el hombre se cree demasiado ocupado como para encontrar tiempo para la meditación espiritual y la devoción religiosa. [3]
El hombre primitivo tenía aversión por el trabajo duro, y no se apresuraba a menos que tuviera que enfrentarse con algún peligro grave. Los antiguos nunca tenían prisa. [4]