Los mejores epicúreos no eran dados a los excesos sensuales. Al menos, esta doctrina contribuyó a liberar a los romanos de una forma de fatalismo todavía más nefasta; enseñaba que los hombres podían hacer algo por mejorar su condición en la Tierra. [1]
Los materialistas y los fatalistas incrédulos sólo pueden esperar disfrutar de dos tipos de paz y de consuelo del alma: o bien deben ser estoicos, decididos a enfrentarse a lo inevitable y a soportar lo peor con una resolución firme; o bien deben ser optimistas, contentándose siempre con esa esperanza que brota perpetuamente en el seno del hombre, anhelando en vano una paz que nunca llega realmente. [2] La religión primitiva impedía el fatalismo; creían que al menos podían hacer algo para influir sobre el destino. [3] La enseñanza de Jesús sobre confiar en los cuidados del Padre celestial no era un fatalismo ciego y pasivo. [4]