La felicidad depende muchísimo de la buena voluntad del hombre a dejarse conducir y dirigir por el espíritu del Padre que vive dentro de él, el Ajustador. [1] La fe, la consciencia de la certeza de la presencia divina, aumenta la felicidad. [2] La felicidad y la paz mental siguen al pensamiento puro y la vida virtuosa, como la sombra sigue a la sustancia de las cosas materiales. [3]
La salud, la eficacia mental y la felicidad resultan de la unificación de los sistemas físicos, de los sistemas mentales y de los sistemas espirituales. Entendemos mucho de salud y de juicio, pero hemos comprendido realmente muy pocas cosas sobre la felicidad. La felicidad más grande está indisolublemente enlazada con el progreso espiritual. El crecimiento espiritual produce una alegría duradera, una paz que sobrepasa toda comprensión. [4]
La felicidad suprema está unida a la persecución inteligente y entusiasta de unas metas nobles, y estos logros constituyen un verdadero progreso en la autorrealización cósmica. [5] El esfuerzo no siempre produce alegría, pero no existe felicidad sin un esfuerzo inteligente. [6]
La felicidad humana sólo se consigue cuando el deseo egoísta del yo y el impulso altruista del yo superior, del espíritu divino, están coordinados y conciliados mediante la voluntad unificada de la personalidad que integra y supervisa. [7] «La jovialidad y la alegría son las recompensas de las acciones bien hechas y son para la gloria del Inmortal.». [8]
Jesús dijo: «Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados». El llamado sentido común o la lógica más superior nunca sugerirían que la felicidad puede surgir de la aflicción. Sin embargo, ser sensible y reaccionar antes las necesidades humanas crea una felicidad auténtica y duradera, y al mismo tiempo estas actitudes benévolas protegen el alma contra las influencias destructivas de la ira, el odio y la desconfianza. [9]
Jesús dio una larga lección sobre el contentamiento a Simón Celotes, diciendo a modo de conclusión: «No busquéis pues una paz falsa y una alegría pasajera, sino más bien la seguridad de la fe y las garantías de la filiación divina, que dan la serenidad, el contentamiento y la alegría suprema en el espíritu». [10] La felicidad es el resultado del reconocimiento de la verdad porque ésta puede exteriorizarse; puede vivirse. [11]
La mente domada produce la felicidad. El guerrero más grande es aquel que se vence y subyuga a sí mismo. El contentamiento es la mayor de las riquezas. [12] Un corazón alegre hace el bien como una medicina. [13] Todos los que están seguros acerca de Dios experimentan siempre una felicidad creciente. [14] La salud, la cordura y la felicidad son integraciones de la verdad, la belleza y la bondad tal como se encuentran combinadas en la experiencia humana. [15]
La educación debería ser una técnica para aprender los mejores métodos de satisfacer nuestros impulsos naturales y hereditarios, y la felicidad es el resultado final de estas técnicas mejores de satisfacción emocional. La felicidad depende poco del entorno, aunque un ambiente agradable puede contribuir mucho a ella. [16]
La sociedad tiene la obligación y el deber de proporcionar a todos una oportunidad justa y pacífica para luchar por su autopreservación, para participar en su autoperpetuación, y para disfrutar al mismo tiempo de cierto grado de satisfacción, ya que la suma de estos tres factores constituye la felicidad humana. [17] Algunas personas son por naturaleza más felices que otras. [18]
La felicidad y la alegría tienen su origen en la vida interior. No podemos experimentar una verdadera alegría completamente solos. Una vida solitaria es fatal para la felicidad. Incluso las familias y las naciones disfrutarán más de la vida si la comparten con las demás. [19]
Para un niño, la felicidad es la satisfacción de una ansia inmediata de placer. El adulto está dispuesto a sembrar las semillas de la abnegación, con el fin de obtener las cosechas posteriores de una felicidad mayor. En los tiempos de Jesús y después de ellos, la felicidad ha sido asociada demasiado a menudo con la idea de poseer riquezas. [20]
Jesús siempre estaba alegre, a pesar de que a veces bebió profundamente en la copa de las tristezas humanas. Estaba lleno de entusiasmo por el evangelio del reino. Pero controlaba su entusiasmo; éste nunca lo dominó a él. [21]