«Y ahora, que tu Padre y mi Padre, que siempre nos ha sostenido en todas las actividades pasadas, te guíe, te sostenga y esté contigo desde el momento en que nos dejes y lleves a cabo el abandono de la conciencia de tu personalidad, durante tu reconocimiento gradual de tu identidad divina encarnada en una forma humana, y luego durante toda tu experiencia de donación en Urantia, hasta tu liberación de la carne y tu ascensión a la derecha de la soberanía de nuestro Padre. Cuando vuelva a verte en Salvington, te acogeremos a tu regreso como soberano supremo e incondicional de este universo que tú mismo has creado, servido y comprendido por completo». [1]
«Os he pedido que permanezcáis en Jerusalén hasta que seáis dotados de un poder de las alturas. Ahora estoy a punto de despedirme de vosotros; estoy a punto de ascender hacia mi Padre, y pronto, muy pronto, enviaremos al Espíritu de la Verdad a este mundo donde he residido; cuando haya venido, empezaréis la nueva proclamación del evangelio del reino, primero en Jerusalén, y luego hasta los lugares más alejados del mundo. Amad a los hombres con el amor con que yo os he amado, y servid a vuestros semejantes mortales como yo os he servido. Mediante los frutos espirituales de vuestra vida, impulsad a las almas a creer en la verdad de que el hombre es un hijo de Dios, y de que todos los hombres son hermanos. Recordad todo lo que os he enseñado y la vida que he vivido entre vosotros. Mi amor os cubre con su sombra, mi espíritu residirá con vosotros y mi paz permanecerá en vosotros. Adiós». [2]