Un fetiche doctrinal conducirá al hombre mortal a echarse en las garras de la mojigatería, el fanatismo, la superstición, la intolerancia y las crueldades bárbaras más atroces. [1] Las pocas denuncias de Jesús estaban dirigidas sobre todo contra el orgullo, la crueldad, la opresión y la hipocresía. [2]
Aún se esconde en el hombre medio civilizado una malvada brutalidad que intenta desahogarse en aquellos que son superiores en sabiduría y en logros espirituales. [3]
Cuando las mareas de la adversidad, el egoísmo, la crueldad, el odio, la maldad y los celos humanos sacuden el alma de los mortales, podéis tener la seguridad de que existe un bastión interior, la ciudadela del espíritu, que es absolutamente inatacable; al menos esto es cierto para todo ser humano que ha confiado la custodia de su alma al espíritu interior del Dios eterno. [4]