La creencia en los supuestos accidentes es sustituida por una ley donde todos los efectos están precedidos por causas definidas. [1] Los accidentes, a medida que pasa el tiempo, siempre se resuelven para el bienestar y el progreso de los universos. [2] Los creyentes no son inmunes a los accidentes. [3] En el cosmos no se producen accidentes ciegos e imprevistos. [4] Si los círculos psíquicos no se alcanzan debido a un inevitable accidente, se concede una período de prueba adicional en el mundo de las mansiones. [5] Las personalidades celestiales no intervienen arbitrariamente en los accidentes materiales. [6] Los hombres primitivos no creían en los accidentes. [7]
Las personas nacidas del espíritu saben que las catástrofes no son más que cataclismos rectificadores que destruyen nuestras creaciones temporales, preludiando la construcción de las realidades más nobles. [8] Para el creyente que conoce a Dios, no importa si todas las cosas terrenales se derrumban. [9]
La muerte de José, el padre de Jesús, fue algo que se permitió que ocurriera. [10] Su consejo sobre la riqueza accidental es que no deberíamos considerarnos propietarios sino administradores en beneficio de todos. [11] Jesús sufrió un acciednte al caer por una escalera en una tormenta de arena. [12] Su enseñanza acerca de los ángeles fue que no están implicados en evitar que ocurran accidentes. [13]
Jesús enseñó que las catástrofes naturales, los accidentes del tiempo y otros acontecimientos calamitosos no son azotes del juicio divino ni designios misteriosos de la Providencia. [14]
Son parte del drama finito; vicisitudes de la evolución. [15] El conocimiento científico, que conduce a la acción científica, es el único antídoto que existe contra las llamadas desgracias accidentales. [16]