Cuanto más contemplemos constantemente y más persigamos insistentemente los conceptos de la bondad divina, más ciertamente creceremos en grandeza, en la verdadera magnitud de un auténtico carácter de supervivencia. [1] La nobleza misma siempre es un crecimiento inconsciente. [2]
La elección moral más elevada consiste en elegir el valor más elevado posible, y ésta siempre consiste —en cualquier esfera, y en todas ellas— en elegir hacer la voluntad de Dios. Si el hombre elige hacerla, es grande, aunque sea el ciudadano más humilde. [3] La grandeza no reside tanto en poseer la fuerza como en hacer un uso sabio y divino de dicha fuerza. [4]
Dijo Jesús: «Quien quiera ser grande en el reino de mi Padre, deberá volverse un ministro para todos; y si alguien quiere ser el primero entre vosotros, que se convierta en el servidor de sus hermanos». [5]
La manifestación de la grandeza en un mundo como Urantia es la demostración del control de sí mismo. El gran hombre no es aquel que «conquista una ciudad» o «derriba una nación», sino más bien «aquel que domina su propia lengua». [6]
Cuando se aplican las pruebas espirituales de la grandeza, los elementos morales no se descuidan, pero la verdadera medida de la grandeza planetaria es la calidad de la generosidad revelada en el trabajo desinteresado por el bienestar de los propios compañeros terrenales, en particular por los seres dignos que están necesitados y en un apuro. [7]
La grandeza espiritual consiste en un amor comprensivo semejante al amor de Dios, y no en el placer de ejercer el poder material para la exaltación del yo. [8] Grandeza es sinónimo de divinidad. [9]
Los apóstoles se dejaban llevar frecuentemente por su vieja predilección por el honor, la preferencia y la exaltación personal. [10]
Jesús advirtió de que cuando el reino creciera hasta abarcar grandes grupos de creyentes, los discípulos deberían abstenerse de luchar por la grandeza o de buscar la preferencia entre esos grupos. [11]