Jesús llevó el travesaño de la cruz sobre los hombros, no toda la cruz; fue clavado al travesaño, levantado en el poste vertical y clavaron sus dos pies a la madera con un clavo largo. [1] Simón de Cirene llevó el travesaño a Jesús desde las puertas hasta el Gólgota. [2]
El hecho de la cruz se volvió el centro mismo del cristianismo posterior, pero ésta no es la verdad central de la religión que se puede deducir de la vida y de las enseñanzas de Jesús de Nazaret. [3]
Aunque Jesús no sufrió esta muerte en la cruz para expiar la culpabilidad racial del hombre mortal, ni para proporcionar algún tipo de acercamiento eficaz a un Dios por otra parte ofendido e implacable; a pesar de que estas ideas de expiación y de propiciación son erróneas es un hecho que a Urantia se le conoce, entre los otros planetas vecinos habitados, como «el Mundo de la Cruz». Jesús vivió y murió para un universo entero, y no solamente para las razas de este único mundo. [4]
La cruz de Jesús representa la medida total de la devoción suprema del verdadero pastor hacia aquellos miembros de su rebaño que incluso no se la merecen. La muerte de Jesús en la cruz ejemplifica un amor que es lo suficientemente fuerte y divino como para perdonar el pecado y absorber toda maldad. [5]
En otros mundos, así como en Urantia, este sublime espectáculo de la muerte del Jesús humano en la cruz del Gólgota ha conmovido las emociones de los mortales, mientras que ha despertado la más alta devoción de los ángeles. [6]
Sabemos que la muerte en la cruz no sirvió para reconciliar al hombre con Dios, sino para estimular en el hombre la comprensión del amor eterno del Padre y de la misericordia sin fin de su Hijo, y para difundir estas verdades universales a un universo entero. [7]
Todo el triunfo de la muerte en la cruz está resumido en el espíritu de la actitud de Jesús hacia sus agresores. Convirtió la cruz en un símbolo eterno del triunfo del amor sobre el odio y de la victoria de la verdad sobre el mal, cuando oró: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». [8]
La cruz sí se alza como la prueba de la forma más elevada de servicio desinteresado, la devoción suprema de la plena donación de una vida recta al servicio de un ministerio incondicional. [9]