Toda la doctrina de la expiación es una enseñanza errónea. [1] Jesús no se dio a sí mismo para reconciliar a un Dios enojado. [2] Dios nunca estaría satisfecho con la idea infantil de sustituir a un víctima inocente por un delincuente culpable. [3] El padre no tuvo nada que ver con la tortura de Jesús. [4] La justicia del padre no está influenciada por los actos de sus criaturas. [5] El amor del Padre no depende de las donaciones de los Hijos Avonales o de los Hijos Migueles. [6]
El Padre celestial nunca se siente desgarrado por actitudes conflictivas hacia sus hijos del universo; Dios nunca es víctima de antagonismos en su actitud. [7] Nunca es necesario influir en el Padre para que sea misericordioso. [8]
Todo este concepto de la expiación y de la salvación a través del sacrificio está arraigado y apoyado en el egoísmo. La preocupación principal del creyente no debería ser el deseo egoísta de la salvación personal, sino más bien el impulso desinteresado de amar a los semejantes. [9]
La suposición errónea de que la rectitud de Dios era incompatible con el amor desinteresado del Padre celestial presuponía una falta de unidad en la naturaleza de la Deidad, y condujo directamente a la elaboración de la doctrina de la expiación, que es un ataque filosófico tanto a la unidad como al libre albedrío de Dios. [10]
En las épocas más avanzadas de la evolución planetaria, los serafines contribuyen a reemplazar, como filosofía de la supervivencia de los mortales, la idea de la expiación por el concepto de la sintonización con lo divino. [11]
El origen de los sacrificios como parte del culto fueron las ceremonias de veneración del animal de la tribu de los andonitas. Esta idea fue elaborada por Moisés en el ritual hebreo. [12]
Cuando el hombre primitivo sentía que su comunión con Dios se había interrumpido, recurría a algún tipo de sacrificio en un esfuerzo por expiar su falta, por restablecer las relaciones amistosas. [13]
La evolución de las prácticas religiosas progresó desde el apaciguamiento, la evitación, el exorcismo, la coacción, la conciliación y la propiciación hasta el sacrificio, la expiación y la redención. [14] Según Pablo, Cristo fue el sacrificio humano último y definitivo; el Juez divino está ahora plenamente satisfecho para siempre. [15] Estas enseñanzas tuvieron su origen en el esfuerzo loable por hacer más aceptable el evangelio del reino entre los judíos incrédulos. [16] Estas ideas de la expiación introducidas por Pablo son de origen mitraico. [17]
La teoría de Pablo sobre el pecado original —las doctrinas de la culpabilidad hereditaria, del mal innato y de su redención— era parcialmente de origen mitríaco y tenía pocos puntos en común con la teología hebrea, con la filosofía de Filón, o con las enseñanzas de Jesús. Algunos aspectos de las enseñanzas de Pablo sobre el pecado original y la expiación eran creación suya. [18]
En esto Pablo no estuvo a la altura de Filón. Filón enseñaba que había que liberarse de la doctrina de obtener el perdón exclusivamente por el derramamiento de sangre. [19]
La vida de Jesús y su muerte y resurrección se convirtieron en un nuevo evangelio del rescate pagado para recuperar al hombre de las garras del diablo, de la condenación de un Dios ofendido. [20]
Se produjo un esfuerzo por conectar directamente la enseñanza del evangelio con la teología judía, la enseñanza de que Jesús era el Hijo sacrificado que satisfaría la justicia inflexible del Padre y aplacaría la ira divina. [21]
La doctrina de la expiación es incompatible con las enseñanzas de Jesús. [22]
La idea bárbara de apaciguar a un Dios enojado, de hacerse propicio a un Señor ofendido, de obtener los favores de la Deidad mediante sacrificios y penitencias e incluso por medio del derramamiento de sangre, representa una religión totalmente pueril y primitiva, una filosofía indigna de una época iluminada por la ciencia y la verdad. Estas creencias son completamente repulsivas para los seres celestiales y los gobernantes divinos que sirven y reinan en los universos. Es una afrenta a Dios creer, sostener o enseñar que hace falta derramar sangre inocente para ganar su favor o desviar una cólera divina ficticia. [23]
Véase también: LU 186:5.