La creencia de que todos los hombres nacen iguales es una creencia errónea, al igual que era un error la creencia medieval de que todos los hombres pertenecen a otro. Los seres humanos pueden diferir enormemente en sus capacidades innatas y en sus dones intelectuales. [1] Pero en espíritu todos los hombres son iguales. [2]
Los débiles y los inferiores siempre han luchado por tener los mismos derechos que los demás; siempre han insistido para que el Estado obligue a los fuertes y superiores a satisfacer sus necesidades y a compensar de otras maneras aquellas carencias que son muy a menudo el resultado natural de su propia indiferencia e indolencia. [3] El concepto de igualdad no aporta nunca la paz, excepto cuando se reconoce mutuamente una influencia supercontroladora de soberanía superior. [4]
La reafirmación personal fue el grito de guerra de la rebelión de Lucifer. Uno de sus argumentos principales fue que, si el gobierno autónomo era bueno y apropiado para los Melquisedeks y otros grupos, era igualmente bueno para todas las órdenes de inteligencias. Fue resuelto e insistente en su defensa de la «igualdad de la mente» y de «la fraternidad de la inteligencia». [5]
A Jesús le enfadaba profundamente la diferencia de su época en la educación religiosa de hombres y mujeres. [6]
El rasgo más sorprendente y más revolucionario de la misión de Miguel en la Tierra fue su actitud hacia las mujeres. En una sola generación, Jesús sacó a las mujeres del olvido irrespetuoso y de las faenas serviles de todos los siglos anteriores. [7]
Al principio los apóstoles se escandalizaron por la manera en que Jesús trataba a las mujeres, pero pronto se acostumbraron; les explicó muy claramente que, en el reino, había que conceder a las mujeres los mismos derechos que a los hombres. [8]
A pesar de que los apóstoles habían escuchado muchas veces decir al Maestro que «en el reino de los cielos no hay ni ricos ni pobres, ni libres ni esclavos, ni hombres ni mujeres, sino que todos son igualmente los hijos e hijas de Dios», se quedaron literalmente pasmados cuando Jesús propuso autorizar formalmente a estas diez mujeres como instructoras religiosas, e incluso permitirles que viajaran con ellos. [9]
Aunque Jesús se negó a hacer declaraciones sobre el matrimonio y el divorcio, censuró muy severamente la burlas vergonzosas de la relación matrimonial, y señaló su injusticia para con las mujeres y los niños. Nunca aprobó una práctica de divorcio que proporcionara al hombre alguna ventaja sobre la mujer; el Maestro sólo apoyaba aquellas enseñanzas que concedían a las mujeres la igualdad con los hombres. [10]
La condición de la mujer en Palestina mejoró mucho gracias a las enseñanzas de Jesús. Después de Pentecostés, la mujer se encontró ante Dios, en la fraternidad del reino, en igualdad de condiciones que el hombre. [11]