Jeremías, el profeta intrépido, proclamó con valentía a Yahvé como el Dios de todas las naciones, marcando el comienzo de una nueva era de monoteísmo universal. [1] Jeremías declaró sin temor a Yahvé como el Dios universal de todas las naciones, trascendiendo los confines de la identidad hebrea. [2] Jeremías aconsejó entregar Jerusalén a Nabucodonosor, ya que creía en la justicia y el poder del Señor. [3] En el calabozo inmundo, Jeremías se hundió en el lodo mientras los sacerdotes buscaban su muerte por advertir a su pueblo. [4] Jeremías proclamó con valentía la caída de Jerusalén, a pesar de la seguridad de Isaías de que la ciudad nunca caería. [5] Jeremías proclamó una era de justicia interior, pero la liberación se pospuso a pesar de los clamores de los profetas y sacerdotes. [6]
El profeta Jeremías advirtió que el corazón humano es engañoso por sobre todas las cosas, y que lleva a la gente por el mal camino, llevándola a la necedad, las pasiones, los placeres, la malicia, la envidia y el odio. [7] Jeremías advirtió a los judíos de su inminente perdición cuando Nabucodonosor regresara para gobernar Babilonia. [8]
Jeremías previó la ley escrita en los corazones de los hombres, una visión que los judíos no pudieron abrazar plenamente debido a las cadenas de la tradición, lo que llevó a la transferencia de la evolución religiosa a los pueblos europeos. [9] Jesús citó a Jeremías para animar a Esdras en su búsqueda de Dios, lo que condujo a la fundación de la primera iglesia cristiana en Siracusa. [10]