Los mamíferos del principio de la era cenozoica vivían en la tierra, bajo el agua, en el aire y en las copas de los árboles. Tenían entre uno y once pares de glándulas mamarias y todos estaban cubiertos de abundante pelo. [1]
Algunas partes del cuerpo humano fueron consideradas como fetiches potenciales, en particular el cabello y las uñas. Los amuletos mágicos se preparaban mezclando una gran variedad de cosas: carne humana, garras de tigre, dientes de cocodrilo, semillas de plantas venenosas, veneno de serpiente y cabellos humanos. [2] Puesto que todo lo relacionado con el cuerpo podía volverse un fetiche, la magia más primitiva tuvo que ver con el cabello y las uñas. [3] Afeitarse la cabeza y cortarse el pelo fueron igualmente unas formas de devoción religiosa. [4]
Algunos antiguos creían generalmente que el alma estaba identificada con el aliento, pero diversos pueblos la situaron también en la cabeza, el cabello, el corazón, el hígado, la sangre y la grasa. [5]
La sombra del desvío de un cabello, premeditado con una finalidad desleal, la más mínima deformación o perversión de aquello que es un principio —estas cosas constituyen la falsedad. [6]
Una mujer de la que no se nos da el nombre, que era conocida como la encargada de un burdel de Jerusalén, ungió los pies de Jesús con loción perfumada y luego los secó con sus cabellos. Esta mujer llevaba el cabello suelto —el distintivo de la prostitución. [7]
Cuando Jesús quiso ejemplificar cómo Dios conoce todas las cosas dijo: «Los cabellos mismos de vuestras cabezas están contados». En otra ocasión explicó que los ángeles no emplean su tiempo contándolos. Poseen poderes inherentes y automáticos para saber esas cosas. [8]