Al apreciar la fuente de la salvación y reconocer el destino de las almas nacidas del espíritu, la humildad ante Dios es encomiable en lo más profundo de vuestro corazón. [1] La humildad conduce a la exaltación ante Dios, no a la autoglorificación. [2]
La verdadera humildad se encuentra en lo más profundo del corazón de uno ante Dios, no en acciones conscientes de sí mismas o ansiosas de atención que se consideran infantiles e indignas de los hijos iluminados del reino. [3] Dios mora con aquellos que son contritos y humildes, guiando y satisfaciendo sus almas con amor y consuelo. [4] «Los pobres de espíritu, los humildes, son felices, porque de ellos son los tesoros del reino de los cielos». [5]
«Recibe el crédito por los esfuerzos del Ajustador con humildad, como un espíritu divino suplica por la cooperación sincera y la paciencia del compañero mortal.». [6]
Jesús, en su humilde olvido de sí mismo, preguntó por qué alguien lo llamaba bueno a pesar de su profunda dotación de realidad espiritual y su estrecha relación con la divinidad. [7] En el nombre de Yahvé confío de todo corazón; no me apoyaré en mi propio entendimiento, sino que lo reconoceré en todos mis caminos. [8]
La humildad, esencial para el crecimiento religioso, es una conciencia normal de la pequeñez y de las deficiencias mortales, que conduce a la búsqueda de metas espirituales más elevadas mediante la autorrealización y la determinación moral. [9]
La humildad primitiva no era una degradación del ego, sino un intento de frustrar y engañar a los espíritus envidiosos, acumulando vituperios sobre el éxito para evitar los celos. [10]
La parábola del fariseo y el publicano ilustra que la verdadera felicidad se encuentra en la humildad y en la búsqueda de la riqueza espiritual dentro del reino de los cielos. [11]
Orad sinceramente por la extensión del reino de los cielos, pidiendo a Dios que os purgue de los pecados secretos y cree un corazón limpio dentro de vosotros. [12]
«Se encuentra seguridad cuando el alma anhela la reprensión y la mente busca la sabiduría, lo que conduce a la tranquilidad y la generosidad entre los enemigos, y el egoísmo es como la mala hierba en un buen campo.». [13] «No os sentéis en el primer puesto, sino humillaos e invitad a los pobres y marginados a vuestra mesa.». [14] El reconocimiento de la pobreza espiritual y el deseo de hacer la voluntad de Dios son esenciales para el progreso espiritual. [15]